Por la afirmación de una nueva Argentina con base en Dios, Patria, orden, trabajo y justicia social

martes, 2 de enero de 2024

Hace 68 años Perón le escribía estas líneas a Jorge Antonio.

 



Carta a Jorge Antonio 2 de enero de 1956. 


Escrito por Juan Domingo Perón. 


Colón, 2 de enero de 1956.


Al Sr. Jorge Antonio Buenos A ires


Mi querido amigo:


Desde que nos separamos en la Residencia el día 19 de septiembre he pensado en el error que cometió al no salir conmigo ese día. He sufrido con Usted los vejámenes de esos miserables que en toda su vida no hicieron por el país lo que Usted hizo en un día.


En cuanto lo pongan en libertad salga de allí. Esa es gente sin conciencia y sin escrúpulos. No se quede, escuche esta vez. Si le es posible véngase por aquí que tenemos mucho que hablar sobre el futuro. Creo que ahora más que nunca es necesario accionar inteligentemente. Los hemos de doblegar y entonces será para siempre. Las empresas se pueden reconstruir, Usted no. Entre Usted y yo podemos levantar el mundo contra esta canalla. Tenga fe en el Pueblo, allí están los valores. Con ellos los aplastaremos. Es cuestión de tiempo; Usted es joven y yo creo que todavía les voy a dar mucho trabajo.


Yo hablé aquí con el Doctor Mayoral. El le hablará a Usted en cuanto llegue a Buenos Aires. Esté seguro que esto no va a durar mucho; se está accionando con energía y espero que dentro de poco se aumente esa decisión y esa energía. Con lo recibido yo duplicaré la acción; era precisamente lo que me faltaba.


Muchas gracias por su recuerdo. Recibí a su amigo de Montevideo que me trajo todo. Espero ahora emplear bien ese todo.


En cuanto salga hable enseguida con el amigo Raúl Lagomarsino (el de los sombreros) que le informará de todo.


Yo estaré en Panamá mientras sea conveniente y cuando convenga acercarme iré a Brasil o a Chile, lo que sea mejor. En caso de cambiar de opinión le haré saber oportunamente.


Mi contacto en Chile: María de la Cruz; en Brasil, el Doctor Gerardo Rocha; en Paraguay, Ricardo Gayol; en los demás países en caso necesario le indicaré. Hay contacto en todos. Cualquiera de ellos se conecta en el día conmigo.


Espero verlo pronto aquí o allí, donde sea posible. Ya llegará la hora. Cometí un gran error: creer que se podía hacer una revolución social incruenta. La próxima dejaré pálidos a los comunistas. La oligarquía debe desaparecer y desaparecerá a corto o a largo plazo. Recién hemos empezado. Después de esta depuración y purificación la cosa irá en serio y, entonces, que se ajusten los pantalones.


Un gran abrazo y que 1956 nos sea más propicio.


Firmado: Juan D. Perón.


miércoles, 5 de julio de 2023

Hace 53 años Perón le escribía al Coronel Julio Socrates Fernandez.

 



Escrito por Juan Domingo Perón. 


Madrid, 5 de julio de 1970


Al Cnel. Julio Sócrates Fernández


Buenos Aires


Estimado Coronel:


Por mano y amabilidad del amigo Leopoldo Frenkel he recibido su carta del 30 de junio próximo pasado y a pesar deli premura del tiempo no he querido que regrese sin que lleve a contestación siquiera sea lacónica.


Comenzaré por adjuntarle la "DECLARACION DEL COMANDO SUPERIOR PERONISTA" que, en síntesis brevísima, contiene lo que pensamos con respecto a la situación comentada. No se nos escapa, como allí decimos, que la Patria vive días de grave amenaza sin que, por lo que deducimos, se llegue a entrever alguna esperanza. Tal como van las cosas, presuponemos nuevas maniobras destinadas a nuevos fracasos porque, cuando se viven circunstancias como las actuales, más que el Gobierno, cuentan los hombres que han de componerlo y, por lo que se ve, pocas ilusiones pueden hacerse los que anhelan soluciones salidoras para la Nación y para el Pueblo.


Tal como ha venido evolucionando la situación del país en los últimos quince años el dilema que se presenta es ya de una rigidez insoslayable: o se procede con grandeza y desprendimiento o se expone al país a muy graves consecuencias, pues no es un secreto para nadie el repudio generalizado hacia la dictadura militar, como también que grandes sectores de la comunidad preparan una violencia con qué responder a la de la represión gubernamental. Así suelen comenzar todas las guerras civiles.


Por otra parte, creo que en los últimos quince años se ha demostrado en forma sumamente elocuente que, en la Argentina, nadie podrá gobernar sin el concurso organizado del Pueblo y la dictadura militar ha perdido ya toda posibilidad de alcanzar tal concurso porque, ese mismo Pueblo, está decidido a ser dueño de su propio destino y anhela tomarlo en sus manos. Por eso, hay una sola solución: normalizar institucionalmente y con premura la situación general del país, sin intentos de trampas ni "triquiñuelas" infantiles como las que se ha pretendido utilizar hasta ahora para burlar la decisión popular.


El discurso presidencial en el acto de asunción del mando no se ha caracterizado precisamente por su claridad respecto al futuro. Ni siquiera se puede deducir de él una explicación aceptable que justifique el desplazamiento del anterior. En los aspectos fundamentales, en lo que hace a lo económico y político no puede inferirse más que el mantenimiento de la inspiración de Krieger Vasena con tímidas promesas desarrollistas y un confuso compromiso de salida constitucional. En la opinión popular, el nuevo "gobierno" no es más que títere en manos de los jefes militares con el agravante de su procedencia foránea.


Para nosotros, a pesar de la aparente coyuntura favorable, las viejas camarillas de los partidos tradicionales no se muestran excesivamente exigentes con la vuelta al camino electoral; desde ya que ésto no es índice de madurez, más bien lo explica la falta de adecuación de sus viejas postulaciones a las nuevas necesidades. Limitados por la estrechez de miras de sus doctrinas, desenmascarados por su complicidad durante tantos años con las dictaduras de turno, carecen de perspectiva y de la necesaria libertad de acción, lo que los condiciona a la iniciativa de la acción militar. Pobre el Gobierno si cae en la tentación de repetir por eso anteriores errores.


Sería demasiado largo extendernos en la exégesis de las numerosas circunstancias que configuran la aparente tentación de volver al insidioso camino del fracaso pero, nosotros no encontramos en todo este proceso, nada que nos haga pensar en lo contrario. Por eso preferimos esperar a los hechos y hasta tanto ellos comiencen a producirse, mantenernos en la misma situación y en la misma lucha. Es demasiado grande la responsabilidad que nos atribuimos como para no usar la mayor prudencia en los medios de defenderla.


No creo que haya nada más simple que las soluciones que se presentan, si se tiene la grandeza y la buena fe que se necesita para encararlas y realizarlas. Pero, como opinamos nosotros, todo ha de comenzar con la solución política ya que el problema fundamental del país es de este carácter. Lo económico y lo social dependen de él porque en este campo, como en el estratégico, los éxitos tácticos se anulan cuando se procede en una situación estratégica falsa.


O se procede dentro de la Constitución Nacional (buena o mala que tenemos) y se devuelve al Pueblo lo que es del Pueblo o se estará trabajando para llegar a la guerra civil, que suele ser el peor azote para una Nación. La responsabilidad de las Fuerzas Armadas es en esta ocasión demasiado grave como para que no se pongan a pensar en semejantes consecuencias. No son los pocos generales interesados en un intento los que deben decidir, sino todos los miembros de las Instituciones que cargarán con esa responsabilidad. Colocadas las Fuerzas Armadas en situación irreversible frente al Pueblo, uno de los dos ha de desaparecer y no creo que eso pueda lograrse con un Pueblo.


Creo haberle dado a grandes rasgos mi opinión con respecto a la situación que le interesa. He conversado largamente con el amigo antes citado y él podrá explicarle de viva voz, cuánto sería demasiado largo para hacerlo en esta carta. Dios quiera que la sabiduría y la prudencia necesarias iluminen a los que tengan que decidir.


Afectuosamente.


Firmado: Juan Perón.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Hace 49 años Perón anunciaba el Plan Trienal

 DISCURSO DESDE CASA DE GOBIERNO ANUNCIANDO LA PUESTA EN MARCHA DEL PLAN TRIENAL DE GOBIERNO 1974-1977 Juan Domingo Perón [21 de Diciembre de 1973]





Señores: El presente Plan Trienal de Gobierno 1974/1977 no se limita a lo que habitualmente se conoce como un “plan de desarrollo”. No podríamos incurrir en el pecado desarrollista de lograr récords que se agotan en sí mismos, sino que anhelamos lograr la plenitud de la evolución social y espiritual de la Nación. 

En primer lugar, porque sólo un “plan general de Gobierno” estará en condiciones de proyectar toda la riqueza conceptual contenida en una doctrina nacional, concediendo a cada sector de la sociedad real un tratamiento integral y fijando una adecuada relación con los fines de esa sociedad, que tienen un contenido mucho más amplio que los meramente domésticos. Por eso, en el Plan elaborado se contempla la participación de las restantes áreas que completan el panorama general del país y de sus diversas actividades.

Como todo no podré contar en una sola disertación, que resultaría demasiado extensa, he preferido referirme hoy sólo a su contenido general y preferentemente al aspecto económico, para ocuparme en otra oportunidad de los demás aspectos del Plan.

LOS TRES CAMINOS

Hace casi treinta años, cuando por la decisión del Pueblo asumí por primera vez la Presidencia de la Nación, encontramos en el Gobierno una situación similar, en muchos aspectos, a la realidad que enfrentó el 25 de mayo de este año el Movimiento Nacional Justicialista, que también por la decisión del pueblo volvió a hacerse cargo de la conducción del país.

Era casi total la ausencia de estructuras aptas dentro de la organización del Estado, capaces de permitir que la conducción pudiera realizarse en condiciones de aptitud y con las técnicas modernas que reclamaba un mundo en acelerada evolución y en las que el Pueblo fuera participe activo en la toma de decisiones.

Las fuerzas naturales de la organización, que en los pueblos se estructuran en torno a sus actividades fundamentales y los factores de poder, no se habían concentrado en nuestro pueblo, sino alrededor de círculos de intereses sin contenido nacional.

En aquel entonces, enfrentamos tres alternativas para iniciar la acción del Gobierno Justicialista.

La primera, era mantener la estructura inorgánica existente, que ya era crónica, en el manejo de los grandes intereses del Estado, lo que implicaba mantener el sometimiento a los imperialismos y dejar al país sirviendo exclusivamente las apetencias de pequeños grupos de poder, divorciados absolutamente del Pueblo.

También se presentaba la posibilidad de establecer las pautas que condujeran a una planificación racional, lo que significaría dejar transcurrir todo el período de mi Gobierno en la elaboración teórica, mientras el país hubiera continuado sometido a la dependencia y sumergido en el estancamiento.

Por eso adopté, sin vacilar, una tercera posibilidad, que fue la de organizar de inmediato el Estado para convertirlo en instrumento apropiado para la ejecución de un Plan de Gobierno que, simultáneamente, comenzamos a elaborar y, al mismo tiempo, le dábamos implementación con las medidas concretas que no admitían, a nuestro juicio, un minuto de postergación.

Si realmente queríamos comenzar la transformación profunda de esa Argentina inorgánica, carente de contenido social y sujeta a la voluntad y a los designios de minorías que sólo representaban a los intereses económicos no nacionales, el camino que elegimos era el único posible y el único, además, que respondía a la decisión del pueblo que nos había llevado al poder.

LAS PRIMERAS MEDIDAS

La historia juzgará el acierto de aquella decisión. Pero el destino ha querido que muchos años después, exactamente el 25 de mayo de 1973, cuando nuestro Movimiento vuelve al Gobierno, totalmente despojado de resentimientos, a pesar de los largos y duros años de proscripciones y persecuciones, volvimos a encontrar un cuadro singularmente parecido a aquel que enfrentamos en el primer Gobierno Justicialista.

En el mensaje que dirigí al Pueblo argentino, 24 horas después de mi regreso definitivo a la Patria, señalé con precisión cuál era la situación en que el país se encontraba, y convocamos a todos los argentinos, sin distinción de banderías, para que todos, solidariamente, nos pusiéramos en la perentoria tarea de la Reconstrucción Nacional, sin la cual estaríamos perdidos como individuos y como Nación.

No podíamos iniciar el proceso de la Reconstrucción Nacional si, previamente, no adoptábamos las medidas necesarias para comenzar a devolver al pueblo algo de lo mucho que fue perdiendo a lo largo de los últimos lustros. Para el Justicialismo, el único destinatario del progreso es el hombre, y hacia él deben converger toda la acción y los esfuerzos del Gobierno y de la Comunidad Organizada.

Por eso, en la primera semana de gestión y para frenar el deterioro que padecía el nivel de vida de los trabajadores, cortando de raíz el crecimiento descontrolado de la inflación, se fijaron precios máximos para la mayoría de los productos de abastecimiento familiar.

EL ACTA DE COMPROMISO NACIONAL

Entendió el Gobierno que, simultáneamente, debían sentarse los fundamentos de transformación de la Argentina sobre la base de la participación concertada de los tres pilares que habrían de sostener el proceso de Reconstrucción Nacional: los trabajadores organizados, el empresariado nacional y el Estado.

Esta decisión fue instrumentada en el Acta de Compromiso Nacional, en la que se determinaron grandes objetivos sociales que guiarían la acción del Gobierno y que serían el puntal de la tarea tendiente a devolver a los trabajadores la participación que habían alcanzado años atrás en el ingreso nacional, comenzando por eliminar el gravísimo y creciente problema de la desocupación y el subempleo y poniendo en marcha los mecanismos para el crecimiento acelerado de las regiones del país.

Lo más importante de la concertación fue la armonización de todas las acciones que, de ese momento en adelante, los tres sectores que suscribieron el Acta se comprometían a realizar en conjunto, para asegurar a la Argentina el futuro de grandeza que todos ambicionamos.

Ahora, como tres décadas atrás, optamos por el camino de hacer, mientras avanzamos en la planificación; porque el tiempo para las discusiones teóricas ya se ha terminado en el país.

PRECIOS Y SALARIOS

Por ello, nuestro primer objetivo fue terminar con el socavamiento del salario real mediante la lucha contra la inflación. A diferencia de lo ocurrido en el pasado, cuando, para reprimir la inflación, se comenzaba con una devaluación de la moneda que caía sobre las espaldas de los trabajadores y proporcionaba suficiente margen a las conducciones económicas liberales, para desenvolverse hasta que se produzca el nuevo descalabro económico y financiero, optamos por no devaluar la moneda. Por el contrario, se valorizó nuestro propio peso, cuya cotización pasó de 15 unidades por dólar a poco menos de 10, lo que se ha mantenido en este período.

Al propio tiempo, la política de precios y salarios instrumentada por el acuerdo entre los sectores productivos del país y el Estado, posibilitó el incremento de la capacidad de consumo y de ahorro del pueblo, como se evidencia en el aumento de los depósitos en la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, que se elevaron, en el período de mayo a noviembre, en un 50%, y en el incremento de los volúmenes de consumo de todos los artículos que integran la canasta familiar.

INFLACION, CERO

En este período que llevamos de Gobierno, se obtuvo la reducción del déficit que habíamos heredado: era de 31 mil millones de pesos y bajó a 19 mil millones al terminar 1973. Este ahorro, que equivale a 12 mil millones de dólares, ha sido volcado al financiamiento de un ambicioso plan de viviendas, que se encuentra en plena ejecución.

Esta necesidad nos llevó -con los esfuerzos que ello significa-, a tener que estructurar dos presupuestos en el año. Uno para adecuar el de 1973, y el otro para el próximo año.

Ya he podido anunciar, orgulloso del esfuerzo solidario del Pueblo, que la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, que a fines de mayo de este año era de solamente el 33% -la más baja desde 1955-, se habrá elevado al 42% al término de este mes, lo que significa que el programa de redistribución de los ingresos se está cumpliendo a un ritmo mucho más acelerado que el inicialmente previsto.

Este proceso de redistribución se complementa con un crecimiento del nivel de ocupación, que se señala con estas dos cifras: en abril de este año el conjunto de desocupados representaba el 6,6%, y en este mes de diciembre ha bajado al 4,5%, la tasa más reducida en los últimos diez años.

El salario real, que expresa el verdadero poder de compra del trabajador, en diciembre superó en un 10% el nivel que tenía en el mes de mayo de este año.

La tasa inflacionaria, que crecía a un ritmo mínimo del 80% para el año 1973, fue drásticamente reducida; y en los seis meses transcurridos entre junio y noviembre, el incremento del índice de precios fue reducido prácticamente al valor cero.

Las reservas de divisas del Banco Central aumentaron sustancialmente, pasando de los 529 millones de dólares existentes al 31 de diciembre del año pasado, a los 1.400 millones de dólares que tenemos en este momento. Al propio tiempo, no se incrementó, como ocurriría en años anteriores, el endeudamiento externo, y la Nación ha cumplido estrictamente sus compromisos con el exterior.

Las asignaciones familiares fueron incrementadas en un 40%, y las jubilaciones en más de un 50% con respecto a mayo, articulándose concretamente de esta manera la política de redistribución de ingresos, que es uno de los objetivos fundamentales de este Gobierno.

COMERCIAR CON TODOS

Se ha roto las fronteras de la discriminación política, negociando con todos los países del mundo y no exclusivamente con una pequeña cantidad de naciones, como se hacia siguiendo una tradición casi colonial y carente de espíritu innovador en las relaciones comerciales, olvidando que el progreso de muchos Pueblos en el pasado se debió a la vivacidad de sus mercadeos.

Mientras la acción de Gobierno hacia posibles estas realizaciones, se enviaron numerosos proyectos de ley al Congreso que, convertidos en cuerpos normativos con el constructivo aporte de los legisladores, posibilitaron los instrumentos para la posterior elaboración del plan.

ACUERDOS EN TODOS LOS ÓRDENES

Paralelamente a estas normas legales que establecieron el entorno jurídico en que se desenvolvería la acción gubernamental, se formularon acuerdos con diversos sectores de la Nación, como parte de la política de concertación que habíamos impuesto ya, desde el llano, al convocar el año pasado en el país a todas las fuerzas políticas y organizaciones sociales, para instrumentar, con el aporte de todos, el documento conocido como las Coincidencias Programáticas de Organizaciones Sociales y Partidos Políticos.

Este documento fue la piedra fundamental del proceso de unidad nacional que, hoy, desde el gobierno, seguimos respetando y cumpliendo, porque la solución argentina de los problemas argentinos está signada por la política del entendimiento y del diálogo, dejando superadas para siempre las estériles discusiones que sólo conducen a la frustración colectiva.

Es así que, dentro de esta política de entendimiento, se celebraron acuerdos con el agro, a los que adhirieron casi todas las organizaciones representativas del sector, en los cuales se regula la participación del campo en el próximo decenio, y que extenderán su vigencia, por ley, hasta 1985 con las empresas del Estado, para asegurar el cumplimiento de las obligaciones de seguridad social, y con las provincias, para determinar los aportes del Estado nacional a fin de conjugar el tremendo déficit presupuestario que se nos legara y promover al propio tiempo las transformaciones financieras en cada provincia, para propender al paulatino saneamiento de sus finanzas.

CONDICIONES DE DESPEGUE

Los instrumentos que emergían de la legislación sancionada o de las políticas concertadas, sirvieron para crear las condiciones de despegue en el que el país ya fue lanzado; y para establecer las bases previas indispensables para la elaboración del plan.

Estas medidas y sus efectos fueron permanentemente analizados y evaluados en este período, para el apuntalamiento, de la política económica que posibilitara la elaboración de un plan armónico y coherente, que hoy pongo en conocimiento de todo el país.

El 12 de octubre, cuando dispusimos elaborar este programa de Gobierno para los próximos cuatro años, nos encontramos ante el hecho inédito en la historia de nuestro país y, posiblemente, de América Latina, que los objetivos del plan ya estaban claramente establecidos y contaban con el respaldo masivo del Pueblo que, el 11 de marzo y el 23 de setiembre, había manifestado expresamente, a través del voto, su voluntad de que esos objetivos fueran los de la Nación y se cumplieran integralmente.

Así, el Plan Trienal está constituido por el conjunto de objetivos, metas, lineamientos, orientaciones y grandes proyectos que identifican las realizaciones concretas del programa de Reconstrucción y Liberación Nacional en el período, 1974 /77.

LAS GRANDES LINEAS DEL PLAN

En su esencia el Plan responde a una política que se propone:

La plena vigencia de la justicia social, que asegure una distribución equitativa de los esfuerzos y frutos del desarrollo.

Una fuerte expansión de la actividad económica caracterizada por una creciente producción de bienes y servicios, con prioridad esencial para la infraestructura energética y las producciones básica.

Una alta calidad de vida, de modo tal que absolutamente todos tengan cubiertas sus necesidades vitales y culturales básicas, como un elevado nivel de bienestar real y donde los patrones de consumo respondan a nuestra propia realidad y a las aspiraciones de nuestro pueblo.

La unidad nacional, tanto con respecto a la integración física, económica, social y cultural de las diversas regiones del país, como desde el punto de vista de la plena participación de todos los sectores en el esfuerzo para alcanzar los altos objetivos de la Reconstrucción y la Liberación.

La democracia real de la sociedad argentina, a través de la reconstrucción del Estado, del gobierno de las mayorías y de una genuina participación popular.

La recuperación de la independencia económica, tanto en lo que se refiere al papel de la inversión y el financiamiento externo en el desarrollo nacional, como a las normas que han de regir nuestras relaciones comerciales con el resto del mundo.

La integración latinoamericana para la unidad continental, que quiebre las condiciones de dependencia que afectan a nuestros pueblos.

PRODUCCION Y REDISTRIBUCION DE INGRESOS

A pesar que todos los habitantes tendrán oportunidad de conocer las metas y objetivos del plan, quiero anticipar algunas de sus magnitudes globales, en lo que concierne al crecimiento de la producción y a la más justa redistribución de los ingresos, que se alcanzarán al cabo del período establecido:

La ocupación estará asegurada con la creación de un millón de nuevos empleos, que absorberán no sólo la desocupación existente, sino la nueva oferta de mano de obra que se produzca durante la vigencia del Plan.

El producto bruto llegará, en 1977, a una cifra de 1.800 dólares por persona, superior al de algunos países europeos, representando un considerable incremento sobre los valores que hubiéramos alcanzado de acuerdo a las tendencias actuales.

El consumo del sector que agrupa a los trabajadores, crecerá en un 34%.

La participación de los trabajadores en el ingreso nacional, alcanzará casi el 48% en 1977.

Las inversiones sociales, o sea las dedicadas a educación, salud y vivienda, serán en 1977 cuatro veces mayores que en 1973.

Se duplicarán las exportaciones, para pasar de 3.000 millones de dólares en 1973, a 5.800 millones en 1977.

La energía producida en 1977, será superior en un 57 % a la generada en 1973.

NECESIDAD DE UNA MISTICA NACIONAL

En el Plan hoy anunciamos, hemos establecido ambiciosas metas a alcanzar dentro de un contexto orgánico ajustado a claros y fundamentales objetivos políticos de la Nación. Si en los últimos dieciocho años se llegaron a elaborar diversos planes de desarrollo que nunca llegaron a cumplirse, ello se produjo porque, a todos, les faltó el contenido y la determinación nacional que hacen posible los programas de gobierno y aseguran la participación de todos los sectores en su ejecución.

Estos objetivos de la Nación no pueden ser solo la expresión racional de una élite dirigente, sino que, para obtener el consenso que proviene de la adhesión popular y generar una mística nacional en torno de su cumplimiento, deben ser el resultado de las coincidencias de los sectores populares, económicos y sociales. Corresponde a la conducción aprehender y forjar en un cuerpo de doctrina estas coincidencias, disponer su reordenamiento y establecer prioridades en su formulación.

Debemos insistir aquí que, cuando se estructuran planes, que no reposan sobre pautas que hacen a la esencia de la Nación, esos planes sólo representan ejercicios intelectuales, que podrán ser conceptualmente coherentes en la fría soledad del gabinete del investigador, pero carecerán de las condiciones objetivas que emergen de la naturaleza viva del cuerpo social.

UNA NUEVA CONSTITUCION

Esa apreciación acerca de la realidad de nuestra sociedad y de sus aspiraciones proyectadas al siglo XXI, tendrá que plasmarse en una nueva Carta Magna, a través de la reforma constitucional.

Esta reforma deberá receptar en normas jurídicas el sentimiento de resolución pacífica que anida en todos nosotros, dentro de nuestra tradición y de nuestras costumbres.

Ese fue el espíritu humanista con que se encaró la reforma constitucional de 1949, cuyos principios, asentados en la esencia misma de la realidad cultural, política, social y económica de la Nación, deberán revisarse; pues como la Constitución debe perdurar en el tiempo, deberemos intuir el sentido de la evolución del mundo en que nos tocará vivir en el año 2000.

Entre 1946 y 1955, el Gobierno Justicialista completó su primer ciclo de conquistas revolucionarias, porque supo, interpretar los anhelos reivindicatorios de las masas populares y los intereses de la Nación.

Durante aquella etapa, los planes quinquenales constituyeron herramientas fundamentales para la conducción de la acción gubernamental. Aspiramos a que este Plan concite aún una mayor adhesión y, por ser el fiel reflejo de las coincidencias de todos los argentinos, sin distinciones políticas o sociales, pretendemos que en torno de su cumplimiento se vertebre la Nación, afianzando así, no sólo el bienestar común -esto es, la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales del hombre y el mejoramiento del medio ambiente en que se desarrollan las actividades humanas-, sino también la independencia económica. Queremos que se afiance la unión nacional, como paso necesario para avanzar decididamente en el camino de la unidad continental.

PREVER LOS OBSTACULOS

En la elaboración del Plan, no sólo se han contemplado las políticas e instrumentos complementarios para la acción a desarrollar, sino que se han previsto los grandes proyectos y programas, los lincamientos regionales y sectoriales y los proyectos prioritarios.

Se han analizado también las posibles restricciones y brechas que, en otras ocasiones, han operado como freno de nuestro crecimiento.

Por ello, se ha contemplado la promoción de una tecnología nacional, para conseguir la ruptura de la dependencia tecnológica.

Se ha aprobado el programa energético, pues sin energía suficiente no podrá producirse la amplia expansión industrial y la tecnificación del agro que pretendemos.

Se ha analizado el incremento de la inversión interna y el financiamiento externo requeridos. Se han establecido metas de exportaciones que contribuirán a mejorar sensiblemente nuestra balanza de pagos, para evitar que la escasez de divisas resulte un obstáculo para obtener el incremente de la producción, y se han dictado claras reglas de juego para los capitales extranjeros, resguardando el poder de decisión para los argentinos en los resortes claves de la economía nacional.

UN NUEVO MODELO

En la preparación de este Plan de Gobierno han trabajado muchos funcionarios del Estado y un equipo de argentinos, técnicos de desarrollo y planificación, algunos de los cuales estaban radicados en el exterior y regresaron para prestar su colaboración y brindar su experiencia. A todos ellos, por la magnitud de la obra que han cumplido en el escaso tiempo que dispusieron para hacerlo, el Gobierno Nacional les expresa su especial agradecimiento.

Estamos conformando un nuevo modelo de vida argentina, con patrones de consumo que respondan a nuestras necesidades y formación cultural, y que asegure una alta calidad de vida para cada uno de los habitantes de esta Patria, a fin que todos tengan posibilidad de satisfacer sus necesidades vitales, en el marco de una democracia real donde quede definitivamente establecido, sin posibilidades de reversión, que el poder político y las decisiones económicas se encuentran en manos -y las ejercen- de las grandes mayorías nacionales.

De ese nuevo modelo de Argentina, el pueblo vuelve a ser, y seguirá siéndolo, el único protagonista.

De nada serviría construir un país materialmente poderoso, si los habitantes no fueran dueños de su destino y si no poseyeran la facultad de decidir el rumbo a tomar y de establecer la meta a donde quieren llegar.

Por eso, no tiene sentido la reconstrucción sin la liberación y ésta no es posible si subsisten grupos dentro de nuestra sociedad que no reciben los beneficios de la riqueza y no tengan acceso a la cultura, el bienestar y el desarrollo tecnológico.

LA UTOPIA DE LA AUTOSUFICIENCIA

No debemos confundirnos y creer, por eso, que aspiramos a construir una Nación aislada del contexto del mundo. Ya no pueden existir países ricos ni pueblos libres en continentes sojuzgados y en un mundo donde unos pocos ejercen dominio sobre los demás. Integramos, y nos sentimos parte de América, así como América también se integra y es parte del mundo entero. En este siglo ha muerto el viejo concepto individualista, que fue la razón de ser de la existencia de las naciones en cadi todo el devenir histórico.

Los pueblos que crean que pueden bastarse por sí mismos, porque circunstancialmente disponen de un gran poder económico o de una enorme fuerza militar, están comprobando que ni el uno la otra son suficientes para asegurarles la supervivencia, como si estuvieran enquistados en una isla de felicidad.

Estas últimas semanas vienen demostrando cómo unos pocos países, dueños de recursos naturales esenciales para los modelos económicos de la llamada civilización occidental, pueden destruir rápidamente sistemas de vida y hasta estructuras culturales como las que caracterizan y conforman a los más antiguos y desarrollados continentes.

HUMILDAD Y FRATERNIDAD

Nuestra oportunidad como país es entender esta realidad, y acomodarnos a ella. Es posible que los hombres de todas las naciones debamos volver a practicar la humildad que distinguió a los primeros cristianos, y de esa manera reencontremos el camino del entendimiento; porque, al fin de cuentas, todos somos seres humanos y, como tales, hermanos.

Para ello debemos comenzar a respetarnos entre nosotros, cediendo algo todos aquellos que tienen en exceso, para que nadie se sienta privado de lo que necesita para vivir con la dignidad y el orgullo que significa ser humano.

Si sabemos proceder de esta manera, seremos los ricos de este mundo, porque, a los bienes materiales con que la Providencia ha dotado con largueza a nuestra Argentina, agregaremos equilibrio social y la equidad económica, que se expresan con la justicia para todos los que viven de su trabajo; y en poner el capital al servicio de una economía de bienestar.

CONSTRUIR, NO DESTRUIR

Estos grandes objetivos, que señalan claramente nuestra responsabilidad histórica como conductores de este profundo proceso de transformación en paz y en orden, sabemos que encuentran resistencias en algunos sectores, reducidos por cierto, que reclaman los cambios violentos, que se producen drásticamente y en forma casi instantánea.

También aquí tuvimos que optar, y lo hicimos con la prudencia que dan los años -que a veces suele confundirse con la sabiduría-, procediendo con la velocidad y con el tiempo que creíamos más convenientes para el momento que atraviesa nuestra patria, ya, que la historia nos ha enseñado que París no se construyó en un día, y que en cambio, Pompeya fue destruida en sólo unos minutos.

Nuestra misión y responsabilidad, cuando por decisión del pueblo volvimos al poder, fue la de construir y no la de destruir.

JUAN DOMINGO PERÓN

martes, 17 de diciembre de 2019

Se cumplen 53 años de esta carta notable de Perón a Pedro Michelini




Carta al Dr. Pedro E. Michelini 17 de diciembre de 1966

Escrito por Juan Domingo Perón.

Madrid, 17 de diciembre de 1966.

Al Dr. Pedro E. Michelini

Mi querido amigo:

Después de la experiencia acumulada en estos once años, creo que no habrá dificultades para ponerse de acuerdo en propósitos y fines que resulten comunes a toda la civilidad argentina. Las diferencias entre radicales y peronistas no están en las ideas sino en los hombres. Errores iniciales en los que todos hemos tenido la culpa, nos han ido distanciando injustificadamente; pero reconocer los errores es de sabios, sobre todo si somos capaces de confesarlos y corregirlos. Estamos a tiempo, y no perdonaría si, por cabeza dura, dejáramos pasar esta oportunidad, que la propia Providencia pone al alcance de nuestra mano. En esto no me refiero sólo al Radicalismo del Pueblo, sino a todos los partidos políticos argentinos que puedan congeniar con la idea de salvar al país de la encrucijada en que la hemos metido, precisamente, por incomprensión y falta de realidad en los procedimientos.

Como quiera que sea, es tarde para lamentarse ahora; lo propio es reaccionar y buscar soluciones. El error del Radicalismo del Pueblo, como lo fue también de Frondizi, es haber pedido ayuda cuando estaban ya perdidos. Yo esperaba que, frente a la amenaza del poder militar, cuando se hicieron cargo del gobierno, tanto Frondizi como Illía, se pondrían de acuerdo con nosotros; pero parece que, al "tomar la manija", la gente se siente más fuerte de lo que es y termina despreciando su propia seguridad.

Me han dicho que el ala de los viejos también tenían intenciones de visitarnos en Madrid. Yo no rechazo ninguna oportunidad, y si vienen, los recibiré a todos, porque ya estoy sobre el bien y el mal y no tengo otra inquietud que servir a la nueva generación argentina, cuya responsabilidad de futuro es decisiva, desde que se han de cocinar en su propia salsa. De ellos es el porvenir, y, por lo tanto, la responsabilidad y las consecuencias. Me interesa mucho la juventud, sea del pensamiento que sea, porque son realistas e idealistas, lo que representa una garantía de honestidad y, en nuestro país, el ingrediente indispensable de estos días perversos es, precisamente, la hones­tidad.

De acuerdo con los términos de su carta, estoy esperando la llegada de Facundo Suárez. Si todavía no ha salido de viaje a Madrid, déle mi número de teléfono (2.361.162), para que me llame en cuanto llegue, que yo prepararé una entrevista absolutamente secreta y de la que nadie tendrá ni siquiera noticias, si eso conviene a sus planes; de la misma manera que si resuelve otra cosa. Conmigo no deben tener desconfianzas, porque ya estoy viejo para ocuparme de trampitas cuando se trata de obrar de buena fe. El último patrimonio de un caballero es su honestidad, y yo no la he perdido nunca.

Un gran abrazo.

Firmado: Juan Perón.

jueves, 3 de octubre de 2019

Hace 75 años Perón hablaba en la inauguración de la División Trabajo y Asistencia de la Mujer.




DISCURSO PRONUNCIADO AL INAUGURAR LA DIVISIÓN DE TRABAJO Y ASISTENCIA DE LA MUJER
 Juan Domingo Perón 
[3 de Octubre de 1944]


Dentro de nuestra inmensa tarea de poner orden en el complicado mecanismo social argentino, toca hoy el turno al trabajo de la mujer, un tanto olvidado y descuidado a pesar de su extraordinaria importancia presente. Más de novecientas mil mujeres de nuestro país intervienen en la producción, desempeñándose en los más variados oficios y profesiones.
Dignificar moral y materialmente a la mujer, equivale a vigorizar la familia. Vigorizar la familia es fortalecer la Nación, puesto que ella es su propia cédula.
Para imponer el verdadero orden social ha de comenzarse por esa cédula constitutiva, base cristiana y racional de toda agrupación humana. Hablamos de una organización superior que imponga un orden que no sea una presión ejercida desde fuera de la sociedad, sino un perfecto equilibrio que se suscite en su interior.
Para suscitar ese equilibrio interno, no basta un frío cuerpo de legislación mecánica, sino que es menester la seguridad del ejercicio de una justicia humana y segura, de que han carecido muchos legisladores y gobernantes. Por eso es que, sin cierta afición nativa a la justicia, nadie podrá ser un buen político.
La División del Trabajo y Asistencia de la Mujer, cuya creación celebramos hoy, es una necesidad social y la conciencia del deber de resolverlo, ha movido a esta Secretaría a concretar tal obra.
Aquí hallarán eco las sanas inquietudes y apoyo las legítimas aspiraciones de la mujer argentina de hoy, que con su colaboración honorable y destacada en las labores intelectuales o científicas, en la docencia, en el comercio y en la industria, sabe sacar energías de su propia debilidad, para cooperar con el hombre en la elaboración de la grandeza d la Patria.
La sociedad moderna no restringe el trabajo de las mujeres, pero está en la obligación de asegurarles una eficaz protección, una mejor retribución de su esfuerzo, una asistencia, un apoyo y una ayuda oportuna y constante.
A esa alta finalidad ha de dedicarse por entero el nuevo organismo que hoy indica su labor.
La Secretaría de Trabajo y Previsión ha querido poner al frente de esta nueva División a una distinguida mujer, la doctora Lucila De Gregorio Lavié y la señorita profesora e inspectora del Consejo Nacional de Educación, María Tizón, quienes con talento, virtud y entusiasmo, representan la máxima garantía a que puede expirar el Estado.
Dentro de nuestro sistema institucional, la asistencia y la tutela jurídica que el Estado debe prestar a la mujer, se manifestará principalmente en una legislación apropiada y humana.
La forma de salvaguardar sus justos derechos y de satisfacer sus verdaderas necesidades, está en ampliar y perfeccionar la legislación que la protege y ampara. Las particularidades propias del trabajo femenino deben determinar en el país la existencia de una legislación especial; pero en nuestro caso adolece del defecto de que la integran leyes que son a menudo confusas y que no abarcan la totalidad del problema. Requieren una articulación nacional y una recopilación en cuerpo único, que constituyan el estatuto de la mujer que trabaja. En la preparación del mismo, la División del Trabajo y Asistencia de la Mujer, en manos auspiciosas, ha de ase¬gurar los elementos para llegar a una base sólida y segura.
Es menester persuadirse de que para que las leyes del trabajo de ¬la mujer, dejen de ser frías enunciaciones teóricas, deben ser objeto de una eficiente aplicación, que no puede quedar librada a la vo¬luntad de quienes están obligados a cumplirlas, sino que deben estar sometidas a un severo contralor. Todo ello debe ser debida¬mente contemplado en la regulación jurídica de las normas que rigen las actividades femeninas del trabajo.
Siendo así, tarea de coordinar, de ampliación y de perfeccionamiento de la legislación vigente, el proyecto de Estatuto del Trabajo Femenino, será el instrumento legal para la defensa y dignificación moral y material de la mujer que trabaja.
Poco será todo cuanto se haga para evitar la explotación del trabajo de las mujeres, pues ellas contribuyen a ampliar con su esfuerzo meritorio el campo de la producción, aseguran la vida honesta y digna de sus hogares y contribuyen de manera efectiva al engrandecimiento del país.
EI salario inferior de la mujer puede convertirse en factor de explotación y competencia desleal para el hombre, perturbar la economía y generar una baja en los salarios generales.
El establecimiento del principio de igual salario por igual trabajo es por ello fundamental para la existencia de una verdadera justicia social y un normal desenvolvimiento del trabajo.
Si la organización moderna de la sociedad exige a las mujeres el doble esfuerzo en funciones dentro y fuera del hogar la retribución adecuada a su labor pasa a ser un imperativo elemental de esa justicia. Aparte de que los salarios femeninos por debajo del nivel de vida y del salario vital individual, traen consecuencias graves de índole física y moral, que el Estado está en la obligación de evitar.
Si he de confesar la verdad, os diré que de todas las tareas emprendidas aquí, ninguna es para mi tan grata como ésta. No solo porque se trate de la mujer, que respeto y venero como la mejor creación del Supremo Hacedor, sino también porque reconozco lo que la mujer representa en la historia de la Patria y en su grandeza presente, que hace que la Argentina no tenga que recurrir a la legendaria Esparta para encontrar ejemplos de la grandeza heroica de sus mujeres.
Pertenezco a un grupo de hombres que ha hecho de los valores morales el escudo contra todas las debilidades humanas y el baluarte de los magnánimos contra la vacuidad de los pusilánimes.
Pensamos que el hombre tiene una misión creadora, vivir y ser, es producir grandes obras; no existir, conservarse, andar entre las cosas que ya están hechas por otros.
Nuestras mujeres empiezan a sentir nuestras inquietudes porque comienzan a comprenderlas y porque en último análisis, ellas son tan sensibles como nosotros.
Dichosos los pueblos donde sus mujeres se interesan en los problemas de los hombres, desgraciados los países donde las mujeres desertan de la austeridad de sus hogares para refugiarse en la esterilidad de frívolas distracciones intrascendentes y secundarias.
JUAN DOMINGO PERÓN

martes, 9 de julio de 2019

A trece años de esta contundente editorial de Jorge Rulli





Le llaman conducir... A construir los enemigos.


El tema de mi última editorial no es un tema agronómico como alguno podría suponer, tampoco refiere tan solo a un debate propio de los modelos de desarrollo. No se trata de ocultar el rol de la llamada oligarquía vacuna, sino de reflexionar sobre el poder que ahora detentaría. Nadie niega que se halle esa oligarquía sobre el escenario político, de lo que se trata es de ver en que lugar de ese escenario está ubicada, si como dicen muchos kirchneristas e halla en el centro o acaso se ha corrido y el rol principal de la obra le corresponde a una oligarquía gerenciadora y empresarial ligada a las grandes corporaciones internacionales. No es un debate menor el que llevamos. No sólo porque podríamos estar peleando contra fantasmas sino porque el poder que suponemos reside en la nueva oligarquía de los Agronegocios, es infinitamente mayor al de la oligarquía vacuna...

En realidad de lo que se trata, es de esclarecer y debatir sobre los modos de ejercitar la política, o como habría dicho Perón: acerca de los estilos de la conducción. Se trata también, de poner al descubierto maneras de actuar que mas allá de que se referencien en el peronismo, mezclan modelos de pensamiento de los años setenta con otros de los noventa. ¿A que me refiero? Me refiero concretamente a lo que se denomina "la construcción del enemigo", y cuando hablo del pensamiento de os años setenta me refiero a como se puede consciente o inconscientemente, practicar un modo rígido de pensamiento político que tienda a clasificar en blancos y en negros, a la vez que indiferenciar matices, que se nutra en la confrontación y que se deje aún influir por los mitos y estereotipos propios de la guerra fría. Si superponemos ese pensamiento a los marcos neoliberales de los años noventa, a su respeto por las leyes del libre mercado y su descreimiento en el rol del Estado, podemos llegar a comprender muchos de los caminos erráticos de los últimos tiempos: los discursos convocantes en simultáneo con las agendas medrosas, los gestos cargados de reminiscencias revolucionarias y elencos funcionariales entremezclados de antiguos cavallistas, menemistas y duhaldistas, justificados siempre por el viejo aserto de que lo nuevo se abre paso necesariamente, entre las antiguas formas de la política... extrañas formas de interpretación d la dialéctica en esta orilla del mundo, y que no sólo posibilita ampliamente justificar todo tipo de transformismos y travestismos, sino que pareciera condenar a la exclusión definitiva de la política a todos aquellos que no transamos que no nos mudamos de camiseta, que expresamos siempre lo que pensamos, y que no nos subimos a los trenes victoriosos ni apostamos nunca por el candidato que se supone con mas chances.


La construcción del enemigo comprende algunas reglas elementales, entre ellas y fundamentalmente, la de que el enemigo que se elige debe parecerlo, que debe ser un enemigo posible y que de ninguna manera puede poner en riesgo nuestro propio proyecto. De esa manera, es tarea de muchos de nuestros dirigentes alimentar a su "enemigo" o a sus "enemigos" posibles durante mucho tiempo, previamente a ese momento áureo en que deberían apelar a la falsa confrontación que planifican. Así se explican tantos dineros invertidos en el señor Blumberg, los salvavidas arrojados al señor Hadad y a su radio reaccionaria, los profesores de las escuelas militares que siguen formando cuadros en ls antiguos cultos a la lucha antisubversiva... si no existieran esos oficiales que nos dan la espalda en los actos protocolares o que nos irritan cuando asisten a actos funerarios por sus muertos malditos, tal vez estaríamos obligados a plantearnos seriamente si acaso resulta necesario mantener un ejército en la Argentina o tal vez, tener que reconocer que la única hipótesis de conflicto válida que tenemos los argentinos es la que surge de la ocupación de parte de nuestro territorio nacional por la Gran Bretaña y en ese caso estaríamos tal vez obligados a modificar las viejas estrategias y los dispositivos navales obsoletos de nuestra marina de guerra, todavía preparada para acompañar a sus portaviones en la custodia del Atlántico Sur y preservarlo de los submarinos soviéticos. ¿Qué portaviones? Hace años que ya no los tenemos... ¿Y que submarinos soviéticos? Seguramente muchos de nuestros oyentes ni sabrán de que estamos hablando. Sin embargo, estoy refiriéndome nada menos que a los planes estratégicos de nuestra flota de mar... ¿Alguno cree que puede ser casual que de pronto aparezca un francotirador en plena avenida Cabildo? No en Crovara, no; no en Témperley o en Bernal, no, aparece allí, en el centro mismo de la escena, bajo los focos mismos de la televisión que con títulos catástrofe nos anuncia: Pánico en Buenos Aires... se viola a una muchacha en la Estación Callao del Subterráneo en pleno día... es interesante darse un paseo por allí e imaginar la osadía que debieron haber desplegado los violadores... y el robo misérrimo en un colectivo que terminó con la amputación de los dedos del pobre colectivero... le cortaron los dedos porque así nomás... ¿porque así nomás?

¡Los partidarios de la guerra contra la subversión hacen una misa y reúnen a mil de sus partidarios! Cuando poco tiempo atrás las campañas de Derechos Humanos arreciaban, esto habría sido absolutamente impensable. ¿Qué está ocurriendo que la bestia se despierta, que pareciera encontrar clima para salir a la calle, para llenarnos las pantallas de las computadoras de sucios mensajes memoriosos de comisarios y mayores retirados? Creo que se están disputando las calles las significaciones del dominio social y en medio de un tránsito timorato y errático entre un modelo de seguridad nacional y otro de seguridad ciudadana, y que los que ejercieron poder en el anterior modelo no han sido desplazados y ofrecen cada vez mayores resistencias ... Pero tal vez, no deberíamos preguntarnos es por que razón a casi veinticinco años de democracia todavía se encuentran esos sectores en el ejercicio de semejantes y extendidos poderes... Me pregunto ¿Acaso se los alimenta? ¿Acaso la política al respecto es la provocación y no la resolución definitiva d los problemas? En realidad esos sectores horribles, configuran la imagen ideal de un enemigo que nos permiten reagruparnos no por nuestros propios méritos sino por los deméritos de ellos, pero que en verdad, no nos pone en verdadero riesgo...

¿Yo me pregunto ahora, si acaso estas prácticas que ni siquiera podría aseverar que son pensadas, en el sentido de ser proyectadas conscientemente como estrategias, serán tal vez parte inherente del accionar político?  Me pregunto si acaso Perón construía también sus falsos enemigos, me pregunto si lo hacía Ben Bella en Argelia o acaso Nasser en Egipto... Tiendo a creer que no, que ponían toda la energía en construir un gran frente nacional en procura de los objetivos de cambio y de transformación que se proponían. Tiendo a creer que construir la unidad del Pueblo todo, conciliando intereses diversos, recreando los vínculos de las personas en la Comunidad y resolviendo los problemas que se sucitan en toda sociedad compleja, no sólo les posibilitó a esos grands hombres estar muy por encima de sus contemporáneos y ser reconocidos como líderes, sino que les habría impedido toda maquinación mezquina de construir pequeños enemigos para seguir concitando en derredor las propias tropas y evitando los debates que ellos consideran peligrosos.

Creo profundamente como analista político y como comunicador social, que lo ciudadanos tenemos derecho a hacernos preguntas. Y creo que tenemos ese derecho, porque mientras tanto juegan al transformismo y convierten la política en una ruleta o a lo sumo en un ajedrez donde los objetivos suelen extraviarse en los meandros de las intrigas y de los enjuagues partidarios, nosotros como Pueblo pagamos un costo demasiado alto. Cada negociación turbia, cada transacción politiquera, cada construcción de falsos enemigos, cada acción diversionista, cada disputa por temas menores, cada desencuentro por razones mezquinas, postergan soluciones y reetrasan los cambios necesarios. Cada segundo que ellos especulan con sus agendas y sus cronogramas electorales nuevos niños son lanzados a la miseria, nuevas criaturas se prostituyen, innumerables víctimas mueren por causas evitables o son atropellados por un modelo que prioriza los automóviles por encima de las personas. Cada segundo que ellos, en la corporación política, ocupan en sus erráticos discursos o en sus componendas, se pierden suelos y bosques nativos que son irrecuperables, la droga avanza sobre nuevos adictos y la desnutrición condiciona para siempre el desarrollo neurológico e intelectual de las próximas generaciones de argentinos.

No lloremos mañana por lo que no fuimos capaces de hacer hoy...

Me parece que como ciudadanos, deberíamos ser mucho más duros de lo que somos, que deberíamos ser mil veces más exigentes de lo que somos, me parece que deberíamos levantar nuestras voces como nunca antes, para exigir ahora esa justicia que tanto necesitamos. Porque la necesitamos ahora, porque no hay razones para postergar un día mas la nacionalización del petróleo o la recuperación de nuestros ferrocarriles, porque no hay razones que justifiquen mantener el peaje de las autopistas o el que no podamos volver a las jubilaciones del Estado. No hay razones. No hay razones para continuar soportando la contaminación del Riachuelo o el genocidio de miles de localidades pequeñas y medianas que son envenenadas impiadosamente por los aerofumigadores. No hay derecho. No, no hay derecho a que tengamos que seguir esperando justicia. El momento internacional es absolutamente excepcional. Es un momento único. Absolutamente único. No lo perdamos, no perdamos esta gran oportunidad que nos regala la historia. No lloremos mañana por lo que no fuimos capaces de hacer hoy, sencillamente porque nos faltó el coraje de tomar decisiones necesarias.


Jorge Rulli. Programa Horizonte Sur. Radio Nacional. 9 de julio de 2006

lunes, 10 de junio de 2019

Se cumplen 75 años de esta histórica exposición del General Perón.





CONFERENCIA EN LA CÁTEDRA DE DEFENSA NACIONAL, DE LA UNIVERSIDAD DE LA PLATA
"Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar" 
Juan Domingo Perón 
[10 de Junio de 1944]


INTRODUCCION

Agradezco profundamente la cordial invitación que el doctor Labou­gle ha tenido la amabilidad de formularme para inaugurar la Cátedra de Defensa Nacional, ocupando esta alta tribuna de la Universidad.
Mi investidura de Ministro de Guerra me obliga a aceptar tan insigne honor, anteponiéndome a otros camaradas de las fuerzas armadas, cuya versación sobre esta materia tendréis oportunidad de apreciar, en los que me sucederán en las exposiciones.
Los amables conceptos sobre mi persona vertidos por la gentileza del doctor Labougle, que aprecio y agradezco, fuerza es confesarlo, se fundan más que nada en su benevolencia proverbial.
Las Fuerzas Armadas y dentro de ellas los que nos hemos dedicado a analizar, penetrar y captar el complejo problema que constituye la guerra, no hemos podido menos que regocijarnos con la resolución del Consejo Superior de la Universidad de La Plata, del 9 de septiembre de 1943, que dispuso crear la Cátedra de Defensa Nacional y ponerla en funcionamiento en el corriente año.
Esta medida que, sin temor a equivocarme, califico de trascendental, hará que la pléyade de intelectuales que en esta casa se formen, conoz­can y se interesen por la solución de los variados y complejos aspectos que conforman el problema de la Defensa Nacional de la Patria, y más tarde, cuando por gravitación natural, los más calificados entre ellos sean llamados a servir sus destinos, si han seguido profundizando sus estudios, contemos con verdaderos estadistas que puedan asegurar la grandeza a que nuestra Nación tiene derecho.
Una vez más conviene aquí repetir el consejo sanmartiniano, de su proclama del 22 de julio de 1820 que, desde su cuartel general en Val­paraíso, dirige “a los habitantes de las Provincias del Río de la Plata”: “En fin, a nombre de vuestros propios intereses, os ruego que apren­dáis a distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan vuestra ruina: no os expongáis a que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos: la firmeza de las almas virtuosas no llega hasta el extremo de sufrir que los malvados sean puestos a nivel con ellas: y desgraciado el pueblo donde se forma impunemente tan escandaloso paralelo”.
Palabras eternas las del Gran Capitán. Hoy como entonces, nuestra amada Patria vive horas de transformación y de prueba; asiste además a una verdadera lucha de generaciones, de la que debe resultar un por­venir. Dios quiera, sea luminoso y feliz.
El mundo ha de estructurarse sobre nuevas formas, con nuevo con­tenido político, económico y social. Grave es la responsabilidad de los maestros del presente. Incierto el futuro de esta juventud que ha de hacerse cargo de ese porvenir, como conductora de un pueblo en mar­cha, que tiene riqueza, pujanza y tradición de gloria que defender.
He asistido en Europa a la crisis más extraordinaria que haya pre­senciado la humanidad, desde 1939 a 1941. En ella he podido apreciar, en los hechos, cuanto os diré seguidamente. Por eso, antes que a una exposición académica del tópico, he recurrido a una mención realista del problema de la Defensa Nacional moderna, en su amplio contenido, sus causas y sus consecuencias.
I. EL TEMA
El tema que me ha sido propuesto, “Significado de la Defensa Na­cional desde el punto de vista militar”, lo considero muy conveniente para esta disertación, porque me permitirá analizar el cuadro de conjun­to del problema de la Defensa Nacional, dejando para más tarde el estu­dio detallado de sus aspectos parciales.
Las dos palabras, “Defensa Nacional”, pueden hacer pensar a algunos espíritus que se trata de un problema cuyo planteo y resolución intere­sa e incumbe únicamente a las Fuerzas Armadas de una nación. La rea­lidad es bien distinta; en su solución entran en juego todos sus habitan­tes, todas sus energías, todas sus riquezas, todas sus industrias y produc­ciones más diversas, todos sus medios de transporte y vías de comunica­ción, etc., siendo las Fuerzas Armadas únicamente, como luego lo vere­mos en el curso de mi exposición, el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye “la nación en armas”.
II. LA GUERRA, FENOMENO SOCIAL INEVITABLE.
Han existido en el mundo pensadores, que sin temor califico de uto­pistas, que en todos los tiempos y países han expresado que la guerra podía ser evitada y siempre, a corto plazo, una nueva conflagración ha venido a imponer el mentís más rotundo a esta teoría.
El ejemplo más reciente y también más palpable de este fracaso lo constituye la fenecida Liga de las Naciones, en cuya acción tantas esperanzas de paz ininterrumpida se cifraron y que se reveló impoten­te para evitar que el Japón y China se encuentren luchando desde hace una década aproximadamente; que Italia conquistase a Etiopía; que Paraguay y Bolivia se ensangrentaran en la selva chaqueña y, finalmente, que el mundo no se encendiera en la actual conflagración, que hasta nuestras puertas golpea.
Los estadistas que actualmente dirigen la guerra de los principales países en lucha, ya sea bajo el signo del “Nuevo Orden” o bajo la ban­dera de las “Naciones Unidas”, muestran a los ojos ansiosos de sus pue­blos una felicidad futura basada en una ininterrumpida paz y cordiali­dad entre las naciones y la promesa de una verdadera justicia social entre los Estados.
Este espejismo no puede ser más que una esperanza para pueblos que, agotados en una larga y cruenta lucha, buscan en una esperanza de futura felicidad, el aliciente necesario para realizar el último es­fuerzo, en procura de un triunfo que asegure la existencia de sus res­pectivas naciones.
En efecto, alguien tendría que demostrar inobjetablemente que Es­tados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Rusia y China, en el caso de que las Naciones Unidas ganen la guerra, y lo mismo que Alemania y Japón en el caso inverso, no tendrán jamás en el futuro intereses encon­trados que los lleven a iniciar un nuevo conflicto entre sí, y aún que los vencedores no pretenderán establecer en el mundo un imperialismo odioso, que obligue a la rebelión de los oprimidos, para recién creer que la palabra guerra queda definitivamente descartada de todos los léxicos.
Pero, los humanos de barro fuimos amasados y siendo la célula constituyente de las naciones, no podremos hallar jamás la solución ideal de los complejos problemas de todo orden: sociales, económicos, financieros, políticos, etc., que asegure una ininterrumpida paz uni­versal.
En Europa, el continente superpoblado por excelencia, es donde es­tos problemas sufren sus más agudas crisis, constituyendo así un vol­cán con incontenible energía interna, que periódicamente entra en erupción sacudiendo al mundo entero.
El continente americano, sin experimentar la agudización de estos mismos problemas, ha encontrado muchas veces en el arbitraje, la solu­ción de las cuestiones territoriales derivadas de límites mal definidos; pero muchas veces también se ha encendido en luchas fratricidas, o se han visto sus naciones arrastradas a conflictos extracontinentales, cuya solución muchas veces no les interesaba mayormente.
Algún oyente prevenido podrá pensar que esta aseveración mía de que la guerra es un fenómeno social inevitable, es consecuencia de mi formación profesional, porque algunos piensan que los militares desea­mos la guerra, para tener en ella oportunidad de lucir nuestras habili­dades.
La realidad es bien distinta; los militares estudiamos tan a fondo el arte de la guerra, no sólo en lo que a la táctica, estrategia y. empleo de sus materiales se refiere, sino también como fenómeno social, y com­prendiendo el terrible flagelo que representa para una nación, sabemos que debe ser en lo posible evitada y sólo recurrir a ella en casos extre­mos.
Eso sí cumplimos con nuestra obligación primordial de estar pre­parados para realizarla y dispuestos a los mayores sacrificios en los campos de batalla, al frente de la juventud armada que la Patria nos confíe, para la defensa de su patrimonio, sus libertades, sus ideales o su honra.
III. SI SE QUIERE LA PAZ, EL MEJOR MEDIO DE CONSERVARLA ES PREPARARSE PARA LA GUERRA.
El aforismo , se encuentra lo suficiente­mente demostrado por multitud de ejemplos históricos, para permi­tir siquiera ser puesto en discusión.
No tenemos más que volver los ojos a la iniciación de la actual con­tienda para verla a Francia, la vencedora de la guerra 1914-18 y la pri­mera potencia militar del mundo desde esa época hasta que Alemania inicia, en el año 1934 aproximadamente, sus intensos preparativos militares más o menos encubiertos, cómo en pocos días es deshecha y eliminada definitivamente de la contienda.
Es evidente que la profunda desorganización interna de Francia la llevó a descuidar su preparación para la guerra, a pesar de ver clara­mente el peligro que la amenazaba, lo cual fue hábilmente aprovecha­do por Alemania que caro le hace pagar su error.
Alguien podrá decir que Inglaterra tampoco se encontraba preparada para la guerra y que en los actuales momentos parece tener a su favor las mejores perspectivas de éxito. Quienes dicen esto, olvidan que en el Canal de la Mancha que, felizmente para ella la separa del continente, reinó siempre incontrastablemente su aguerrida flota, impidiendo el desembarque del ejército alemán; que la reducida preparación de su ejército le costó el desastre de Dunkerque y, finalmente, que su redu­cida aviación no pudo impedir las incursiones de la alemana, de las que las ruinas de Coventry son una muestra.
Las naciones del mundo pueden ser separadas en dos categorías; las satisfechas y las insatisfechas. Las primeras, todo lo poseen y nada necesitan y sus pueblos tienen su felicidad asegurada, en mayor o menor grado. A las segundas, algo les falta para satisfacer sus necesida­des: mercados donde colocar sus productos, materias primas que ela­borar, substancias alimenticias en cantidad suficiente, un papel po­lítico que desempeñar en relación con su potencialidad, etc.
Las naciones satisfechas son fundamentalmente pacifistas y no desean exponer a los azares de una guerra la felicidad que gozan.
Las insatisfechas, si la política no les procura lo que necesitan o am­bicionan, no temerán recurrir a la guerra para lograrlo.
Las primeras, aferradas a la idea de una paz inalterable, porque mucho la desean, generalmente descuidan su preparación para la gue­rra, y no gastan lo que es menester para conservar la felicidad de su pueblo.
Las segundas, sabiendo que una guerra es probable, por cuanto si no obtienen pacíficamente lo que desean, recurrirán a ella, ahorran miseria de la miseria y se preparan acabadamente para sostenerla, y en un momento determinado pueden superar a las naciones más ricas y poderosas.
Tenemos así, las naciones pacifistas y las naciones agresoras.
Nuestro país, es evidente, se encuentra entre las primeras. Nuestro pueblo puede gozar relativamente de una gran felicidad presente, pero por desgracia no podemos escudriñar el fondo del pensamiento de las demás naciones, para saber en momento oportuno si alguien pretende arrebatárnosla.
La preparación de la Defensa Nacional es obra de aliento y que re­quiere un constante esfuerzo realizado durante largos años; la guerra es un problema tan variado y complejo, que dejar todo librado a la im­provisación en el momento en que ella se presente, significaría seguir esa política suicida que tanto criticamos.
No olvidemos que, si nos vemos obligados a ir a una guerra, y lo que es más grave, la perdemos, necesariamente nos convertiremos en lo con­trario de nación pacifista, asumiendo el papel de país que busca reivin­dicaciones en pro de la recuperación del patrimonio de la nación o del honor mancillado.
IV. CARACTERISTICAS FUNDAMENTALES DE LA GUERRA
La guerra, desde la antigüedad, ha evolucionado constantemente, pasando de la familia a la tribu, de ésta a los ejércitos de profesiona­les y mercenarios, a la leva en masa, que nos muestra la Revolución Francesa y Napoleón más tarde y, por último, a la lucha total de pue­blos contra pueblos que vimos en la contienda de 1914-18 Y que en la actual ha alcanzado su máxima expresión.
El concepto de la “nación en armas” o “guerra total” emitido por el mariscal van der Goltz en 1883, es en cierto modo la teoría más mo­derna de la Defensa Nacional, por el cual las naciones buscan encauzar en la paz y utilizar en la guerra, hasta la última fuerza viva del Estado, para conseguir su objetivo político.
Hoy los pueblos disponen de su destino. Ellos labran su propia for­tuna o su ruina. Es natural que ellos en conjunto defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la Patria y su patriotismo.
En la época de los ejércitos profesionales y mercenarios, los pueblos no participaban en las contiendas, sino a través de las fuertes con­tribuciones para solventarlas, o las devastaciones que dejaban tras de sí los ejércitos e~ lucha. Una gran masa de la población no la sufría y, a veces, hasta la ignoraba.
Las guerras de la Revolución Francesa, y más tarde Napoleón, afec­taron ya al pueblo francés, por la contribución en material humano que le impusieron.
Es recién la guerra mundial de 1914-18 la que muestra a las naciones participantes tendidas en el esfuerzo máximo para conseguir la victoria. La guerra se realiza en los campos de batalla, en los mares, en el aire, en el campo político, económico, financiero, industrial y se especula hasta con el hambre de las naciones enemigas.
Ya no bastan generales y almirantes geniales, con ejércitos y flotas eficientes para conquistar la victoria. A su lado, los representantes de todas las energías de la Nación desempeñan un papel importantísimo en la dirección de la guerra y muchas veces son ellos los que orientan la conducción de las operaciones de las Fuerzas Armadas, pero aún en los años 1914-18, detrás de los ejércitos en lucha, las poblaciones entre­gadas a un constante esfuerzo para mantener la potencia combativa de las Fuerzas Armadas, vivían en una relativa tranquilidad y bienestar.
La moral de la Nación se mantenía en base a los éxitos obtenidos en los campos de batalla, hábilmente explotados por una inteligente propa­ganda.
La actual contienda, con el considerable progreso técnico de la avia­ción, nos muestra la expresión más acabada del concepto de la “nación en armas”.
Los pueblos de las naciones en lucha no se encuentran ya a cubierto contra las actividades bélicas, dado que poderosas formaciones aéreas siembran la destrucción y la muerte en poblaciones más o menos inde­fensas, buscando minar su moral y destruir las fuentes del potencial de guerra de la nación enemiga. El panfleto toma un lugar importante al lado de las tremendas bombas incendiarias y explosivas, en la carga de los poderosos aviones de bombardeo.
Un país en lucha puede representarse por un arco con su correspon­diente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madera y apuntando hacia un solo obje­tivo: ganar la guerra.
Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha, pero el resto de ésta, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta la última expresión de su energía y poderío.
En consecuencia, no es suficiente que los integrantes de las Fuerzas Armadas nos esforcemos en preparar el instrumento de lucha; en estu­diar y comprender la guerra, deduciendo enseñanzas de las diferentes contiendas que han asolado al mundo. Es también necesario que todos los intelectos de la Nación, cada uno en el aspecto que interesa a sus actividades, se esfuerce también en conocerla, estudiarla y compren­derla, como única forma de llegar a esa solución integral del problema que puede presentársenos y tendremos que resolver, si un día Dios de­cide que la guerra haga sonar su clarín en las márgenes del Plata.
En consecuencia, la decisión del Consejo Superior de la Universidad de La Plata a que antes me he referido, constituye sin duda un valioso escalón hacia esa meta que debemos alcanzar.
V. DEFENSA NACIONAL
La organización de la Defensa Nacional de un país es una vasta y completa tarea de años y años, por medio de la cual se han de ejecutar una serie de medidas preparatorias durante la paz, para crearle a sus Fuerzas Armadas las mejores condiciones para conquistar el éxito, en una contienda que pueda presentársele, se formularán una serie de pre­visiones para que la Nación pueda adquirir y mantener ese ritmo de producción y sacrificio que nos impone la guerra, al mismo tiempo que se preverá el mejor empleo a dar a sus Fuerzas Armadas; y finalmente, otra serie de previsiones para, una vez terminada la guerra, desmontar la maquinaria bélica en que el país se ha convertido y adquirir de nuevo su vida normal de paz, con el mínimo de inconvenientes, convulsiones y trastornos.
Dada la brevedad a que me obliga esta exposición, tendré que limi­tarme a analizar sucintamente sus aspectos principales, y para evitar la aridez de tratar este asunto en forma absolutamente teórica, me re­feriré a las enseñanzas que nos da la historia militar y su aplicación a los problemas particulares de nuestro país, en lo que me sea posible.
1. Objetivos políticos
Cualquier país del mundo, sea grande o pequeño, débil o poderoso, con un grado elevado o reducido de civilización, posee un objetivo po­lítico determinado.
El objetivo político es la necesidad o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar, para su perfeccionamiento o engrandecimiento.
El objetivo político puede ser de cualquier orden: reivindicación o expansión territorial, hegemonía política o económica, adquisición de mercados u otras ventajas comerciales, imposiciones sociales o espi­rituales, etc.
Se ha dado en clasificamos como negativos o positivos, según se trate de mantener lo existente o conquistar algo nuevo; como continen­tales o mundiales, según las proyecciones de los mismos.
Los objetivos políticos de las naciones son una consecuencia direc­ta del sentir de sus pueblos y debemos recordar que éstos tienen ese instinto seguro, que en la consideración de los grandes problemas, los orientan siempre hacia lo que más les conviene.
Los estadistas o gobernantes únicamente los interpretan y los con­cretan en forma más o menos explícita y ajustada.
La verdadera sabiduría de los pueblos y el buen juicio de sus gober­nantes consiste precisamente en no fijarse un objetivo político desor­bitado, que no guarde relación con la potencialidad de la Nación, lo que, en caso contrario, la obligaría a enfrentarse con un enemigo tan poderoso, que no sólo tendría que renunciar a sus aspiraciones, sino a perder parte de su patrimonio.
También es verdad que a las naciones les llegan en su historia horas cruciales, en las que para defender su patrimonio o su honor, deben sostener una lucha sin esperanzas de triunfo, porque como nos lo ense­ñaron nuestros padres de la Independencia, más vale morir, que vivir esclavos.
Nuestro país, como pocos otros del mundo, puede ostentar objetivos políticos confesables y dignos.
Nunca nuestros gobernantes sostuvieron principios de reivindicación o conquista territorial; ni pretendemos ejercer una hegemonía política, económica o espiritual en nuestro continente.
Sólo aspiramos a nuestro natural engrandecimiento mediante la ex­plotación de nuestras riquezas y colocar el excedente de nuestra pro­ducción en los diversos mercados mundiales, para poder adquirir lo que necesitamos.
Deseamos vivir en paz con todas las naciones de buena voluntad del globo, y el progreso de nuestras hermanas de América sólo nos produce satisfacción y orgullo.
Queremos ser el pueblo más feliz de la tierra, ya que la naturaleza se ha mostrado tan pródiga con nosotros.
2. Acción de la diplomacia y conducción de la política externa.
La diplomacia debe actuar en forma similar a la conducción de una guerra. Como ella, posee sus fuerzas, sus armas y debe librar las bata­llas que sean necesarias para conquistar los objetivos que la política le ha fijado.
Si la política logra que la diplomacia obtenga el objetivo trazado, su tarea se reduce a ello y termina allí en lo que a ese objetivo se refiere.
Si la diplomacia no puede lograr el objetivo político fijado, entonces es encargada de preparar las mejores condiciones para obtenerlo por la fuerza, siempre que la situación haga ver como necesario el empleo de este medio externo.
El período político que precedió a la actual contienda constituye un excelente ejemplo que nos aclarará estos conceptos.
Desde el advenimiento del partido nacional-socialista al poder, en el 1933, el gobierno alemán dio muestras de su intención de conseguir por todos Id. medios el resurgimiento del país a la situación de la Ale­mania imperial de 1914 y aún sobrepasarla, desestimando como fuera de lugar los puntos que aún subsistían como obligaciones del tratado de Versalles.
Fue su diplomacia la que, sin contar en su respaldo con una suficien­te potencia militar, le permitió en 1935 implantar el servicio militar obligatorio, ocupar militarmente la Renania y finalmente concertar con Inglaterra el pacto naval que le permitía montar un tonelaje para su marina de guerra equivalente al 35 % del inglés, con lo cual sobrepa­saba a la flota francesa. La reacción francesa, que en esa época podía ser decisiva, fue perfectamente neutralizada por la diplomacia alema­na.
Luego, ya respaldada sin duda por la fuerza considerable que el Tercer Reich había logrado montar, se produce en marzo de 1938 la anexión lisa y llana de Austria; a fines de septiembre de ese mismo año el tratado de Munich le entrega el territorio de los Sudetes pertene­cientes a Checoslovaquia, hasta terminar con la total desaparición de este país el 15 de marzo de 1939; y siete días más tarde, el 22 de marzo, el jefe del gabinete lituano, el ministro Urbsys, entrega las llaves de Memel en Berlín mismo.
Casi de inmediato, la diplomacia alemana empieza a agitar la cuestión de Polonia. La resistencia de ésta, apoyada por Francia e Ingla­terra, no puede ser vencida, y entonces le corresponde crear las mejo­res condiciones para el empleo de sus Fuerzas Armadas en el logro de su objetivo político.
Polonia parece estar también apoyada por Rusia y en Moscú se encuentran delegaciones de Francia e Inglaterra tratando sin duda el problema político europeo, cuando el mundo entero es sorprendido por el pacto de no agresión ruso alemán del 23 de agosto de 1939.
La conducción política y la diplomacia con habilidad y astucia han facilitado grandemente la tarea a la conducción militar. Una semana después, ésta entra a actuar en condiciones óptimas.
En los litigios entre naciones, sin tener un tribunal superior e impar­cial a quien recurrir y, sobre todo, provisto de la fuerza necesaria para hacer respetar sus decisiones, la acción de la diplomacia será tanto más segura y amplia, cuanto mayor sea el argumento de fuerza que en última instancia pueda esgrimir.
Así, nuestra diplomacia que tiene ante sí una constante tarea que realizar, estrechando cada vez más las relaciones políticas, económicas, comerciales, culturales y espirituales con los demás países del mundo, en particular con los continentales y dentro de éstos con nuestros ve­cinos, cuenta como argumento para esgrimir, además de la hidalguía y largueza ya tradicionales de nuestro espíritu y procedimientos, con el poder de sus fuerzas armadas que debe ser aumentado en concordancia con su importancia, para asegurarle el respeto y la consideración que merece, en el concierto mundial y continental de naciones.
Durante la guerra, las actividades de la política exterior y de la diplo­macia no decrecen; por el contrario, tal cual 10 vemos en la actual con­tienda, redoblan sus esfuerzos para continuar creando las mejores con­diciones de lucha a las fuerzas armadas.
No tenemos más que ver cómo se neutraliza a países neutrales dudo­sos; los esfuerzos que se realizan para enrolar en la contienda a los sim­patizantes o que observan una neutralidad benévola; la forma en que se desprestigia al adversario y se anula su propaganda en el exterior; las simpatías que es necesario despertar en los mercados productores de armamentos y materias primas; la utilización de la prensa y partidos políticos de países aliados y neutrales para hacer simpática la guerra del país; la explotación de las divisiones' y reyertas dentro del bloque de países enemigos, para provocar su desmembramiento, etc., y compren­deremos fácilmente que todo intelecto y capacidad política debe ser movilizado para servir a la defensa nacional.
Finalmente, una vez terminada la guerra, ya sea exitosamente o derrotada, la política debe continuar librando la parte más difícil de su batalla para obtener en la liquidación de la contienda, que los objetivos políticos porque se luchó sean ampliamente alcanzados, o reducir a un mínimo aceptable el precio de la derrota, respectivamente.
Este aspecto de la política cobra mayor importancia en la guerra de coaliciones, en la que tantos intereses chocan en la mesa de la paz o para evitar la intervención de neutrales poderosos, que sin haber inter­venido en la contienda, quieren también participar del despojo del vencido. )
Bastaría analizar la profundidad de cada uno de estos aspectos, para comprobar que los conocimientos y aptitudes especiales que su solución requiere, no pueden desarrollarse recién cuando la guerra llegue, sino que es necesario un estudio y preparación constantes de las mentalida­des políticas, desde el tiempo de paz.
3. Fuerzas Armadas
Las naciones tienen la obligación de preparar la máxima potencia­lidad militar que su población y riqueza les permitan, para poder presentarla en los campos de batalla si la guerra ha llamado a sus puer­tas.
Los pueblos que han descuidado la preparación de sus fuerzas arma­das, han pagado siempre caro su error desapareciendo de la historia, o cayendo en las más abyectas servidumbres. De ellos, la historia sólo se ocupa para recordar su excesivo mercantilismo o los arqueólogos para explorar sus ruinas, descubriendo bellas muestras de una grandiosa civi­lización pretérita, que no supo cultivar las virtudes guerreras de sus pue­blos.
La preparación de las fuerzas armadas para la guerra, no es tarea fácil ni que pueda improvisarse en los momentos de peligro.
La formación de reservas instruidas, sobre todo hoy en que los me­dios de lucha- han experimentado tantos progresos y complicaciones técnicas, requiere un trabajo largo y metódico, para que éstas adquieran la madurez y el temple que exige la guerra.
El arte militar sufre tantas variaciones, que los cuadros permanentes del ejército deben entregarse a un constante trabajo y estudio, que cuando la guerra se avecina no hay tiempo de asimilar. El militar, junto a su ciencia, debe reunir condiciones de espíritu y de carácter de con­ductor, para llevar a su tropa a los mayores sacrificios, yeso no se im­provisa, sino que se logra con el ejercicio constante del arte de mandar.
Las armas, municiones y otros medios de lucha, no se pueden ad­quirir ni fabricar en el momento en que el peligro nos apremia, ya que no se encuentran disponibilidades en los mercados productores, sino que es necesario encarar fabricaciones que exigen largo tiempo. En los arsenales y depósitos es necesario disponer de todo lo que exigirán las primeras operaciones y prever su aumento y reposición.
Las previsiones para el empleo de las fuerzas armadas de la Nación, son una larga y constante tarea que requiere de cierto número de jefes y oficiales, estudios especializados, que se inician en las Escuelas Supe­riores de Guerra y continúan después ininterrumpidamente en una vida de constan k perfeccionamiento profesional.
El conjunto de estas previsiones contenidas en el plan militar, que coordina los planes de operaciones del Ejército, la Marina y la Avia­ción, se realiza sobre estudios básicos que exigen conocimientos pro­fesionales y generales muy profundos.
En dicho plan se resuelve la movilización total del país; la forma en que serán protegidas las fronteras; la concentración de las fuerzas en las probables zonas de operaciones; el probable desarrollo de las operaciones iniciales; el desarrollo del abastecimiento de las fuerzas armadas de toda suerte de elementos; el desenvolvimiento general de los medios de transporte y de comunicación del país; la defensa terrestre y antiaérea del interior; etc.
Como podéis apreciar, esta obra, realizada en forma completa y detallada, absorbe la labor constante de los organismos directivos de las fuerzas armadas de las naciones y de la exactitud de las mismas, depende en gran parte que la lucha pueda iniciarse y continuar luego en las mejores condiciones posibles.
Si la guerra llega, será la habilidad y el carácter del comandante en jefe y las virtudes guerreras de sus fuerzas, las que tratarán de incli­nar el azar de la guerra a su favor, y no me refiero a la ayuda de Dios porque ambos contendientes la implorarán con sin igual fervor.
Las fuerzas armadas de nuestra Patria realizan en este sentido una la­bor silenciosa y constante, que se inicia en los cuarteles de las unidades de tropa, buques de la armada y bases aéreas, preparando dentro de sus posibilidades el mejor instrumento de lucha, y se continúa luego en sus institutos de estudios superiores para terminar en la labor directiva de sus estados mayores.
No creo equivocarme si expreso que durante mucho tiempo sólo na) sido las instituciones armadas las que han experimentado las in. quietudes que se derivan de la defensa nacional de nuestra patria y han tratado de solucionarlas, creando el mejor instrumento de lucha que han podido; pero es indispensable, si no queremos vernos abocados a un posible desastre, que todo el resto de la Nación, sin excepción de ninguna especie, se prepare y desempeñe la función que en este sen­tido a cada uno le corresponde.
4. Acción política interna
La política interna tiene gran importancia en la preparación del país para la guerra.
Su misión es clara y sencilla, pero difícil de lograr. Debe procurar a las fuerzas armadas el máximo posible de hombres sanos y fuertes, de elevada moral y con un gran espíritu de patria. Con esta levadura, las fuerzas armadas podrán refirmar estas virtudes y desarrollar fácil­mente un elevado espíritu guerrero y de sacrificio.
Además, es necesario que las calidades antes citadas sean desarrolla­das en toda la población sin excepción, dado que es en el interior del país donde las fuerzas armadas encuentran su fuerza moral y voluntad de vencer y la reposición del personal, material y elementos desgastados o perdidos.
Los países actualmente en lucha nos muestran todos los esfuerzos que se realizan para mantener en el pueblo aún en los momentos de mayores sacrificios y penurias, la voluntad inquebrantable de vencer, al mismo tiempo que se desarrollan todas las actividades imaginables para minar la moral del adversario, naciendo así un nuevo medio de lucha: “la guerra de nervios”.
Si en cuestiones de forma de gobierno, problemas económicos, socia­les, financieros, industriales, de producción y de trabajo, etc., caben toda suerte de opiniones e intereses dentro de un Estado, en el objetivo político derivado del sentir de la nacionalidad de ese pueblo, por ser única e indivisible, no caben opiniones divergentes. Por el contrario, esa mística común sirve como un aglutinante más, para cimentar la unidad nacional de un pueblo determinado.
Ante el peligro de la guerra es necesario establecer una perfecta tregua en todos los problemas y luchas interiores, sean políticos, eco­nómicos, sociales-o de cualquier otro orden, para perseguir únicamente el objetivo que encierra la salvación de la patria: ganar la guerra.
Todos hemos visto cómo los pueblos que se han exacerbado en sus luchas intestinas, llevando su ceguedad hasta el extremo de declarar enemigos a sus hermanos de sangre y llamar en su auxilio a los regíme­nes o ideologías extranjeros, se han deshecho en luchas encarnizadas o han caído en el más abyecto vasallaje.
Cuando el peligro de la guerra se hace presente y durante el desarro­llo de la misma, la acción de la política interna de los Estados debe aumentar notablemente sus actividades, porque son muy importantes las tareas que le toca realizar; es necesario dar popularidad a la con­tienda que se avecina, venciendo las últimas resistencias y prejuicios de los espíritus prevenidos; se debe establecer una verdadera solidaridad social, política y económica; la moral y el espíritu de lucha de la na­ción toda, deben ser llevados a un grado tal, que ningún desastre ni sacrificio la pueda abatir; desarrollar en la población un severo sentido de disciplina y responsabilidad individual, para contribuir en cualquier forma a ganar la guerra; es necesario organizar una fuerte máquina capaz de desarrollar un adecuado plan de propaganda, contrapropagan­da y censura, que ponga a cubierto al frente interior, contra los ataques que el enemigo le llevará constantemente; debe aprestarse a la pobla­ción civil para que establezca por sí misma la defensa antiaérea pasiva en todo el territorio de la Nación, como único medio de limitar los daños y destrucciones de los bombardeos enemigos, etc.
Terminada la guerra todavía tiene la política interna una ímproba tarea que realizar, especialmente si la misma ha sido perdida.
En este momento parece como si las naciones íntegras, que han vivido varios años con sus nervios sometidos a una constante ten­sión, desataran de pronto todos sus instintos y bajas pasiones, creando problemas y situaciones que amenazan hasta la constitución misma de los Estados. Rusia y Alemania, a la terminación de la guerra 1914-18, constituyen la suficiente demostración de esta afirmación.
Esta obra política interna debe ser realizada desde la paz en todos los ámbitos. Para lograrla, la inician los padres en los hogares, la siguen los maestros y profesores en las aulas, las fuerzas armadas en buques y cuarteles, los gobernantes y legisladores mediante su obra de gobier­no, los intelectuales y pensadores en sus publicaciones, el cine, el tea­tro y la radio en su obra educadora y publicitaria y, finalmente, cada individuo de una nación en la formación de su autoeducación.
Referido este problema a nuestro caso particular, llegaremos fácil­mente a la comprobación de que requiere un estudio y dedicación muy especiales.
En nuestra lucha por la independencia y en las guerras exteriores que hemos sostenido, sin asumir el carácter de nación en armas que hemos definido, podemos observar grietas lamentables en el frente in­terno, que nos obligan a ser precavidos y previsores.
Posteriormente, hemos ofrecido al mundo un litoral abierto a todos los individuos, razas, ideologías, culturas, idiomas y religiones. Indu­dablemente, la Nación se ha engrandecido, pero existe el problema del cosmopolitismo con el agravante de que se mantienen dentro de la Nación, núcleos poco o nada asimilados.
Todos los años un elevado porcentaje de ciudadanos, al presentarse a cumplir con su obligación de aprender a defender a su patria, deben ser rechazados por no reunir las condiciones físicas indispensables, la mayoría de los casos originados en una niñez falta de abrigo y alimenta­ción suficiente. Y en los textos de geografía del mundo entero se lee que somos el país de la carne y del trigo, de la lana y el cuero.
Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país; tenemos una excelente materia prima, pero para bien moldearla es indis­pensable el esfuerzo común de todos los argentinos, desde los que ocu­pan las más altas magistraturas del país hasta el del más modesto ciudadano.
La defensa nacional es así un argumento más, que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo.
5. Acción industrial.
Ya la guerra 1914-18 nos mostró y en un mayor grado aún la actual, la importancia fundamental que para el desarrollo de la guerra asume la movilización y el máximo aprovechamiento de las industrias del país.
Conocido es el papel que asumió Estados Unidos de Norte América en la anterior contienda y en la actual, en que mediante la contribución de su poderío industrial se convierte en el arsenal de las naciones alia­das, en el máximo esfuerzo por inclinar a su favor la suerte de la guerra.
Todas las naciones en contienda movilizan la totalidad de sus indus­trias y las tienden con máximo rendimiento hacia un esfuerzo común para abastecer a las fuerzas armadas.
Es evidente que esta transformación debe ser cuidadosamente prepa­rada desde el tiempo de paz, solucionando problemas tales como el reemplazo de la mano de obra, la obtención de la materia prima, la transformación de las usinas y fábricas, el traslado y la diseminación de las industrias como consecuencia del peligro aéreo, el reemplazo y reposición de lo destruido, etc.
Durante la guerra es necesario poner en marcha este grandioso meca­nismo; regular su producción de acuerdo con las demandas específicas de las fuerzas armadas; asegurar los abastecimientos necesarios a la po­blación civil; adquirir la producción de materias primas y productos industriales necesarios en los países extranjeros, anticipándose y neutra­lizando las adquisiciones de los enemigos; orientar la acción de destruc­ción de las industrias enemigas, señalando objetivos a la aviación y al sabotaje, etcétera.
Al terminar la contienda, las autoridades encargadas de dirigir la pro­ducción industrial, tienen ante sí un problema más arduo aún, cual es la desmovilización general de las industrias con los problemas político­ sociales derivados; asegurar la colocación de los saldos aún en curso de fabricación; transformar en el más breve plazo posible las industrias de guerra en productos de paz, para llegar cuanto antes a la reconquista de los mercados en los cuales se reinaba antes de empezar la contienda, etc., todo lo cual exige una dirección enérgica y genial y la contribución de buena voluntad y esfuerzos comunes de industriales y masas obreras.
Referido el problema industrial al caso particular de nuestro país, podemos expresar que él constituye el punto crítico de nuestra defensa nacional. La causa de esta crisis hay que buscarla de lejos, para poder solucionarla.
Durante mucho tiempo, nuestra producción y riqueza han sido de carácter casi exclusivamente agropecuario. A ello se debe en gran parte que nuestro crecimiento inmigratorio no haya sido todo lo considerable que era de esperar, dado el elevado rendimiento de esta clase de produc­ción con relación a la mano de obra necesaria. Saturados los mercados mundiales, se limitó automáticamente la producción y, por ende, la entrada al país de la mano de obra que ella necesitaba.
El capital argentino, invertido así en forma segura pero poco brillan­te, se mostraba reacio a buscar colocación en las actividades industria­les, consideradas durante mucho tiempo como una aventura descabella­da y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío.
El capital extranjero se dedicó especialmente a las actividades comer­ciales, donde todo lucro, por rápido y descomedido que fuese, era siempre permitido y lícito; o buscó también seguridad en el estableci­miento de servicios públicos o industrias madres, muchas veces con una ganancia mínima respaldada por el Estado.
La economía del país reposaba casi exclusivamente en los produc­tos de la tierra, pero en su estado más innoble de elaboración, que luego, transformados en el extranjero con evidentes beneficios para sus economías, adquiríamos de nuevo ya manufacturados.
El capital extranjero demostró poco interés en establecerse en el país para elaborar nuestras riquezas naturales, lo que significaría beneficiar nuestra economía y desarrollo, en perjuicio de los suyos y entrar en competencia con los productos que-se seguirían allí elaborando.
Esta acción recuperadora debió ser emprendida evidentemente por los capitales argentinos, o por lo menos que el Estado los incitase, pre­cediéndolos y mostrándoles el camino a seguir.
Felizmente, la guerra mundial de 1914-18, con la carencia de pro­ductos manufacturados extranjeros, impulsó a los capitales más osados a lanzarse a la aventura y se establecieron una gran diversidad de indus­trias, demostrando nuestras reales posibilidades.
Terminada la contienda, muchas de estas industrias desaparecieron por artificiales unas, y por falta de ayuda oficial otras, que debieron mantenerse; pero muchas sufrieron airosamente la prueba de fuego de la competencia extranjera dentro y fuera del país.
Pero esta transformación industrial se realizó por sí sola, por la ini­ciativa privada de algunos “pioneros” que debieron vencer innumerables. dificultades. El Estado no supo poseer esa videncia que debió guiarlos y tutelarlos, orientando la utilización racional de la energía; facilitando la formación de la mano de obra y del personal directivo; armonizando la búsqueda y extracción de la materia prima con las necesidades y po­sibilidades de su elaboración; orientando y protegiendo su colocación en los mercados nacionales y extranjeros, con lo cual la economía na­cional se hubiera beneficiado considerablemente.
Para corroborarlo no me referiré más que a un aspecto. Hemos gas­tado en el extranjero grandes sumas de dinero en la adquisición de ma­terial de guerra. Lo hemos pagado a siete veces su valor, porque siete es el coeficiente de seguridad de la industria bélica y todo ese dinero ha salido del país sin beneficio para su economía, sus industrias o la masa obrera que pudo alimentar.
Una política inteligente nos hubiera permitido montar las fábricas para hacerlos en el país, las que tendríamos en el presente, lo mismo que una considerable experiencia industrial y las sumas invertidas ha­brían pasado de unas manos a otras, argentinas todas.
Lo que digo del material de guerra se puede hacer extensivo a las maquinarias agrícolas, al material de transporte, terrestre, fluvial y marítimo y a cualquier otro orden de actividad.
Los técnicos argentinos se han demostrado tan capaces como los extranjeros, y si alguien cree que no lo son, traigamos a éstos, que pron­to asimilaremos todo lo que puedan enseñarnos.
El obrero argentino, cuando se le ha dado oportunidad para apren­der, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero.
Maquinarias, si no las poseemos en cantidad ni calidad suficientes, pueden fabricarse o adquirirse tantas como sean necesarias.
A las materias primas nos las ofrecen las entrañas de nuestra tierra, que sólo esperan que las extraigamos.
Si no lo tenemos todo, lo adquiriremos allí donde se encuentre, ha­ciendo lo mismo que los países europeos que tampoco lo tienen todo.
La actual contienda, al hacer desaparecer casi en absoluto de nues­tros mercados los productos manufacturados extranjeros, ha vuelto a hacer florecer nuestras industrias, en forma que causa admiración hasta en los países industriales por excelencia.
La teoría que mucho tiempo sostuvimos de que si algún día un pe­ligro amenazaba a nuestra patria, encontraríamos en los mercados ex­tranjeros el material de guerra que necesitásemos para completar la dotación inicial de nuestro Ejército y asegurar su reposición, ha quedado demostrada como una utopía.
La defensa nacional exige una poderosa industria propia y no cual­quiera, sino una industria pesada.
Para ello es indudablemente necesaria una acción oficial del Estado, que solucione los problemas que ya he citado y que proteja a nuestras industrias si es necesario. No a las artificiales que, con propósitos ex­clusivamente utilitarios, ya habrán recuperado 'varias veces el capital invertido, sino a las que dedican sus actividades a esa obra estable, que contribuirá a beneficiar la economía y asegurará la defensa nacio­nal.
En este sentido, el primer paso ya ha sido dado con la creación de la Dirección General de Fabricaciones Militares, que contempla la solución de los problemas neurálgicos que afectan a nuestras indus­trias.
Al mismo tiempo, es necesario orientar la formación profesional de la juventud argentina. Que los faltos de medios o de capacidad comprendan que, más que medrando en una oficina pública, se pro­gresa en las fábricas y talleres y se gana en dignidad muchas veces.
Que los que siguen carreras universitarias, sepan que las profesiones industriales les ofrecen horizontes tan amplios como el derecho, la medicina o la ingeniería de construcciones.
Las escuelas industriales, de oficios y Facultades de química, in­dustrias, electrotécnicas, etc., deben multiplicarse. La Defensa Nacio­nal de nuestra patria tiene necesidad de todos ellos.
6. Acción comercial
El comercio, tanto exterior como interior de cualquier país, tiene una gran importancia desde el punto de vista de la defensa nacional.
Las naciones en lucha buscan anular el comercio del adversario, no sólo para impedir la llegada de abastecimientos necesarios a las fuerzas armadas, sino a la vida de la población civil y a su economía. El bloqueo inglés y la campaña submarina alemana, son una demostración en este sentido.
Es necesario, entonces, estudiar cuidadosamente desde tiempo de paz, las condiciones particulares en que el comercio podrá desenvolver­se en tiempo de guerra, para desarrollar una política comercial adecua­da.
En primer lugar, es necesario orientar desde la paz las corrientes co­merciales con aquellos países que más difícilmente podrán convertir­se en contendientes en una situación bélica determinada, ya que siendo el comercio una de las principales fuentes de la economía y finanzas de la Nación, conviene mantenerlo a su mayor nivel compatible con la situación de guerra.
Luego deben estudiarse los puertos por donde saldrán nuestros pro­ductos e ingresarán los del extranjero. Se debe determinar cuáles son los susceptibles de sufrir ataques aéreos o navales, los que pueden ser bloqueados con mayor facilidad, etc., para saber cuáles son los utiliza­bles y las ampliaciones necesarias en sus instalaciones, para admitir la absorción de los movimientos comerciales de los otros.
A continuación habrá que considerar la forma en que dichos pro­ductos atravesarán el mar, para asegurarlos contra el ataque naval del adversario. Surge como condición óptima, la necesidad de disponer de una numerosa flota mercante propia y una poderosa marina que la defienda.
Se deberá estudiar también la posibilidad de desviar el tráfico de productos a través de países neutrales o aliados, con los cuales los unan vías de comunicación terrestre, como forma de burlar el bloqueo.
Análogo estudio deberá efectuarse de los puntos críticos sobre los que reposa el comercio enemigo, para atacarlo y poder así paralizarlo o destruirlo, sea mediante el ataque directo o por la competencia de productos similares en los mercados adquisitivos, haciendo actuar todos los resortes que la política comercial posee. Las “listas negras” consti­tuyen un ejemplo significativo.
Lo manifestado para el comercio marítimo debe, naturalmente, ser extendido a las comunicaciones terrestres y fluviales con los países continentales.
Es necesario luego extender las previsiones al desarrollo del comer­cio interno, asegurando una distribución adecuada de los productos des­tinados a satisfacer el abastecimiento de las fuerzas armadas y de la po­blación civil, evitando la especulación y el alza desmedida de precios.
Las vías de comunicaciones terrestres (ferrocarriles y viales) y las flu­viales, deben ser cuidadosamente orientadas por una sabia política que contemple no sólo las necesidades de tiempo de paz, sino también las de guerra, en forma similar a las consideradas para el comercio maríti­mo. Además, habrá que considerar las necesidades de las fuerzas arma­das, no sólo para su abastecimiento, sino también para la movilización, concentración y realización de determinadas maniobras.
Terminada la guerra es necesario proceder a una desmovilización del comercio del país, orientándolo hacia su cauce normal de tiempo de paz, intentando la conquista de nuevos mercados, etc., ajustando todo a los resultados obtenidos en la contienda.
De lo acertado de estas previsiones dependerá en alto grado la desa­parición, lo antes posible, de las crisis y depresiones que normalmente se presentan en los períodos de posguerra.
El solo enunciado de los problemas comerciales a que me he referi­do, basta para dar una idea de la envergadura e importancia de los mis­mos y de la necesidad de disponer de verdaderas capacidades para resol­verlos.
7. Acción económica
La economía de la Nación es de importancia fundamental para el desarrollo de la guerra. Las riquezas de la Nación son llamadas a su máxima contribución para asegurar el éxito de la misma y de la calidad y cantidad de producciones existentes, dependerá también en alto grado la financiación de la guerra.
Las posibilidades del comercio exterior, las condiciones particulares de la economía de cada país y el manejo de sus finanzas, requieren la más hábil conducción, para evitar la ruina del mismo, a pesar de haber ganado la guerra.
Los consumos de productos en un país en guerra asumen cifras fan­tásticas, y es necesario estimular al máximo la producción de riquezas, a pesar de que la mano de obra, las maquinarias y el utilaje, las fuentes de energía y los medios de transporte, se encuentran ya exigidos al máximo.
Es necesario, además de estudiar la utilización de las propias fuentes de riqueza, coordinarlas con las de los países aliados y con las de las regiones que se prevea conquistar o perder durante la contienda.
Indudablemente, la movilización y transformación de la economía del país, con todos los intereses que habrá que vencer, formas de explo­tación muchas veces antieconómicas que será necesario establecer, la distribución adecuada de recursos, la determinación de las importacio­nes indispensables y el orden de prioridad a establecer en las mismas, la organización del trabajo y la utilización del personal, adaptándolos a determinadas actividades, la utilización de los medios de transporte y de comunicación, etc., son tareas muy complicadas.
Al igual que en las cuestiones analizadas anteriormente, los países desde el tiempo de paz tratan de someter las economías de los países probables adversarios a ciertos vasallajes y situaciones críticas, prepa­rando verdaderas minas de tiempo que harán explosión en el momen­to deseado.
Finalmente, terminada la guerra es necesario, como en los demás aspectos, transformar esa economía de guerra tan especializada, en eco­nomía de paz.
La transformación que necesariamente debe producirse en las indus­trias, en la vida agropecuaria y en todos los órdenes de la producción, son de tal naturaleza que, si no se han adoptado con tiempo medidas previsoras, muy graves perturbaciones pondrán en peligro la existencia misma de los Estados.
La desocupación y el derrumbe industrial y comercial han asolado a las naciones beligerantes después de la guerra 1914-18, cundiendo una desmoralización general peligrosa y contagiosa.
8. Acción financiera
Conocido es el aforismo atribuido a Napoleón: “El dinero hace la guerra”; y el de von der Goltz: “Para hacer la guerra se necesita dinero, dinero y más dinero”.
La actual contienda nos permite ver cómo las cifras de los presupues­tos que en Inglaterra y Estados Unidos de Norte América se someten a la aprobación de sus cámaras legislativas, ascienden a cifras verdadera­mente fabulosas.
Es indudable que finanzas sanas desde la paz, facilitan notablemente la conducción financiera de la guerra. La existencia de reservas metálicas, de divisas y un crédito exterior e interior sano, son otros tantos fac­tores de éxito a considerar.
La financiación de la guerra sólo puede hacerse en base a cuidadosas previsiones, formuladas desde la paz, ajustadas a las más variadas cir­cunstancias que puedan presentarse.
Será necesario efectuar una apreciación sobre el probable costo de la guerra, sobre el cual es muy fácil que nos quedemos siempre cortos.
En el establecimiento de las inversiones habrá que realizar la adminis­tración más severa y estricta.
Para hacerse de recursos habrá que extremar todas las medidas exis­tentes, aún las coercitivas: movilización de las reservas metálicas y divi­sas existentes, aportes voluntarios o forzosos del crédito interno y ex­terno, de los bienes estatales, del sistema impositivo, de la emisión del papel moneda, etc., sin consideración alguna a los intereses particulares o privados.
Será también necesario realizar una guerra implacable a las finanzas de las naciones adversarias, especialmente atacando su crédito, su mo­neda y su sistema impositivo.
Será también necesario estudiar la contribución económica y finan­ciera que se impondrá a la nación adversaria en caso de victoria y la forma de pagar la deuda de guerra en caso de una derrota.
Finalmente, habrá que prever la forma de pasar del sistema financiero de guerra al de paz y la financiación de la deuda contraída, que gra­vará aún por largos años las finanzas del Estado.
VI. CONCLUSIONES
Señores:
Esto es lo que los militares entendemos por defensa nacional.
He pretendido expresar en el curso de mi exposición y espero ha­berlo conseguido las siguientes cuestiones:
1º.- Que la guerra es un fenómeno social inevitable.
2º.- Que las naciones llamadas pacifistas, como lo es eminentemen­te la nuestra, si quieren la paz deben prepararse para la guerra.
3º.- Que la defensa nacional de la Patria es un problema integral que abarca totalmente sus diferentes actividades; que no puede ser im­provisada en el momento en que la guerra viene a llamar a sus puer­tas, sino que es obra de largos años de constante y concienzuda tarea; que no puede ser encarada en forma unilateral, como es su solo enfoque por las fuerzas armadas, sino que debe ser establecida mediante el tra­bajo armónico y entrelazado de los diversos organismos del Gobierno, instituciones particulares y de todos los argentinos, cualquiera sea su es­fera de acción; que los problemas que abarca son tan diversificados y requieren conocimientos profesionales tan acabados, que ninguna ca­pacidad ni intelecto pueden ser ahorrados; y, finalmente, que sus exigencias sólo contribuyen al engrandecimiento de la Patria y a la felicidad de sus hijos.
[1] Esta conferencia produjo una reacción dispar: favorable en la Argentina, aún entre los mas enconados enemigos de Perón y desfavorable en el Sr. Cordell Hull y el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica que aislaron completamente a nuestro país. Tal es así que a fines de julio la Secretaría de Estado en una declaración titulada "No reconocimiento de Argentina", rompe relaciones con el país y ordena su bloqueo comercial, la prohibición de buques norteamericanos de tocar nuestros puertos y el congelamiento de nuestros depósitos en sus bancos. Buenos Aires, por su parte, al conocerla (26 de Julio) ordena el retiro de nuestro Embajador (Escobar) en Washington. Esta conferencia asimismo es pronunciada 4 días después del desembarco aliado en Normandia; de allí, quizas, su inusitada repercusión.